El pensamiento crítico
Una Revolución que no se mire de forma crítica para mejorar sus imperfecciones está condenada a fracasar por el inmovilismo y la apatía. Los que practican la crítica revolucionaria son los inconformes con la realidad que les rodea.
Los mayores enemigos de la construcción socialista son los que se agotan en un discurso dogmático, sectario y combaten permanentemente la crítica, no con argumentos sino con descalificaciones, adoptando una actitud represiva ante todo tipo de crítica.
La criminalización de la crítica crea un ambiente de miedo y terror que va desilusionando a la gente, a medida que la dirigencia se aleja cada vez más del clamor popular. La crítica revolucionaria debe ser el oxígeno de toda Revolución. Solo así podrá perfeccionarse de manera permanente y sostenida.
El pensamiento crítico rompe paradigmas, dogmas paralizantes y viejos esquemas, contribuyendo a corregir a tiempo errores, desviaciones u omisiones que, de mantenerse o repetirse, van minando la base de apoyo social y político de la Revolución.
Sin pensamiento crítico no puede haber transición al socialismo. Una Revolución auténtica no cuenta con soluciones prefabricadas. Por eso requiere de un pensamiento crítico, leal y comprometido, que ayude a perfeccionar las fórmulas que van surgiendo al calor de un proceso de cambio que se enfrenta a la tenaz resistencia del viejo orden que pugna por imponerse y mantenerse.
La nueva sociedad no puede construirse sin un pensamiento crítico que supere los dogmas del viejo socialismo. Hay que estimular la confrontación de ideas, el debate teórico, el desarrollo de argumentos para la generación de un nuevo conocimiento comprometido con la construcción socialista. Sin un debate libre y comprometido será imposible reflexionar sobre las lecciones que se van acumulando, sobre aciertos, avances, fracasos, omisiones, descuidos, improvisaciones, alertas y nuevas propuestas para resolver los problemas que agobian a la gente.
Uno de los argumentos más perversos para descalificar y evitar la crítica se refiere a la manipulación que el enemigo puede hacer de la misma para demostrar la ineficiencia de la Revolución. Pero resulta que es todo lo contrario, son esos perseguidores del pensamiento crítico quienes más sirven a la contrarrevolución. Al silenciar el pensamiento crítico prestan un gran servicio a los enemigos del proceso de transformación, que son los más interesados en evitar que se corrijan las desviaciones y errores. Si tomamos en cuenta que el principal objetivo del enemigo es evitar que la Revolución se perfeccione y consolide, la criminalización de la crítica hace imposible que la Revolución se autocorrija y fortalezca. Por el contrario, se burocratiza y pervierte en la manipulación propagandista que inventa una realidad muy distinta a la que el pueblo vive en su cotidianidad.
Discutir sin complejos ni temores los problemas que esperan solución, los errores que se cometen, lo que se deja de hacer, lejos de ser una debilidad, es una señal de la fortaleza y vitalidad de una Revolución en manos del pueblo, y no de la partidocracia y su nomenklatura, que siempre será temerosa de la crítica, por muy honesta que esta sea. Los que realmente obstaculizan el proceso de cambio revolucionario son los que actúan como burócratas acríticos e incondicionales y abusan de su poder para perseguir y silenciar a quienes ejercen una crítica leal y comprometida con el proceso de transformación.